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martes, 24 de febrero de 2009

EN UNA ESTACIÓN DE BUEN TIEMPO



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La playa fue un desierto de innumerables kilómetros y kilómetros. Sólo quedaron dos personas. Una era George Smith, con la toalla al hombro, preparado para un último acto de devoción.
Lejos en la costa otro hombre más bajo, cuadrado de hombros, caminaba a solas en el día tranquilo. Estaba muy tostado, el sol le había teñido casi de color caoba la afeitada cabeza, y los ojos claros le brillaban como agua en la cara.
El tablado de la playa estaba armado; pocos minutos más y los dos hombres se encontrarían. Otra vez el Destino arreglaba las escalas de los sobresaltos y las sorpresas, las partidas y las llegadas.
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El desconocido estaba solo. Mirando alrededor vio su soledad, vio el agua de la hermosa bahía, vio el sol que se deslizaba por los últimos colores, y luego, volviéndose a medias, descubrió en la arena un pequeño objeto de madera.
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Con otra mirada alrededor, para confirmar su soledad, el hombre se agachó de nuevo, y sosteniendo suavemente el palito, con leves movimientos de la mano, se puso a hacer eso que sabía hacer mejor que ninguna otra cosa en el mundo. Se puso a dibujar increíbles figuras en la arena. Trazó una figura, y luego se adelantó, y todavía con los ojos bajos, totalmente fijos en su trabajo ahora, dibujó una segunda y una tercera figura, y luego una cuarta y una quinta y una sexta.George Smith venía imprimiendo sus pisadas en la línea de la costa y miraba aquí, miraba allá, y de pronto vio al hombre. George Smith, acercándose, vio que el hombre, muy quemado por el sol, estaba inclinado hacia delante. Más cerca aún, y ya se veía qué hacía el hombre. George Smith rió entre dientes. Por supuesto, por supuesto... Solo en la playa este hombre -¿De qué edad? ¿Sesenta y cinco? ¿Setenta?- hacía monigotes y garabatos. ¡Cómo volaba la arena! ¡Cómo los disparatados retratos se confundían en la playa! Cómo... George Smith dio otro paso y se detuvo, muy quieto. El desconocido dibujaba y dibujaba, y no parecía sentir que alguien estuviese detrás de él y del mundo de sus dibujos en la arena.
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George Smith miró la arena y luego de un rato, mirando, se puso a temblar.
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A lo largo de la costa, en una línea ininterrumpida, la mano, el punzón de madera de este hombre que se inclinaba hacia delante, febril, goteando sudor, iba y venía en curvas y cintas, enlazaba encima y arriba, adentro, afuera, hilvanaba, susurraba, se detenía, se apresuraba luego como si esta móvil bacanal debiera florecer del todo antes que el mar apagara el sol. Veinte, treinta metros o más de ninfas y criadas y fuentes de verano manaron en desenredados jeroglíficos. Y a la luz moribunda la arena tenía un color de cobre fundido donde ahora se había grabado un mensaje que cualquier hombre de cualquier tiempo podría leer y saborear a lo largo de los años. Todo giraba y se posaba en su propio viento y su propia gravedad.
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El artista se detuvo.George Smith dio un paso atrás, apartándose. El artista alzó los ojos, sorprendido, pues no esperaba encontrar a alguien tan cerca. Luego, inmóvil, se quedó mirando de George Smith a sus propia creaciones, extendidas como pisadas ociosas camino abajo. Sonrió al fin y se encogió de hombros como diciendo: Mira lo que he hecho, ¿has visto qué niño? Me perdonarás, ¿no es cierto? Un día u otro todos hacemos tonterías... ¿Tú también quizá? Así que permítele esto a un viejo loco, ¿eh? ¡Bien! ¡Bien! Pero George Smith no hacía más que mirar al hombrecito de piel oscurecida por el sol y ojos claros y penetrantes, y al fin se dijo a sí mismo el nombre del viejo, una vez, en un susurro.
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RAY BRADBURY

Recomiendo leerlo completo... el final es... que cada uno lo sienta...!
Luego me cuentan...
Reina

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